martes, 16 de diciembre de 2008

Se oyen toques en mi puerta

¿Eres tú?

No digas nada

Si tocas

Creeré que es el eco

De toques del ayer

Si la puerta

No se abre

Perdóname

Hace tiempo

Yo mismo soy la puerta

Que tocas.

martes, 30 de septiembre de 2008

Luna sin ojos

En esta hora

Oscura

No me despiertes

Antes de dejarme sola

Recorre mi luz de plata

Detente, mírame

O dame tus ojos

domingo, 31 de agosto de 2008

Albarrada


Óyeme
De repente
Se hace la claridad
Te veo
Te veo por vez primera
Tú no me ves
Oyeme

Qué clara
Se ha puesto la luz de esta mañana
Se ha hecho
De repente
La claridad en esta mañana
Es septiembre
Esta mañana de septiembre
Se ha hecho
Clara
¿Te das cuenta?
Esta mañana
Tan clara
Se parece a ti
Si miras a tu alrededor
Verás cómo se hace la claridad
Las canoas en los puertos
Tienen la serenidad de la espera
Y esta calle, la Albarrada
La recordaré gracias a tí

De repente
Sólo de repente
Esta mañana se vuelve clara
No consigo explicarlo
Pero se debe a tu presencia
Ahora lo siento más claro
Escúchame
Ahora lo comprendo

Te veo caminar
Por la calle la albarrada
Llevas pantalones blancos
Llevas puesta una camisa
Blanca como la brisa de julio
En la mañana
Que viene desde el río
Y acaricia tu pecho
Yo soy esa brisa
Siénteme
Caminas, lo ignoras

miércoles, 30 de julio de 2008

Las cartas de Ofelia


En esas horas de soledad cuando se lee un escrito, uno tiene la certeza de uqe toca a una persona.
Yo he tocado a Ofelia, he podido oler el azahar de sus manos.
He sabido de su secreta satisfacción de coleccionar nidos de orugas, semillas secas de naranjas, plumas irisadas de loros, de ver, al atardecer, acostada en una hamaca bajo la sombra de un naranjo, garzas blancas migratorias sobre el Río Grande de La Magdalena.
He conocido a Ofelia, aun sin verle, en unas cartas amarilleadas por el tiempo, escritas con tinta carmesí, que descubrí en un baúl de cedro donde mi abuela Fidelina Acosta viuda de Bustamante guardaba con recelo de sus hijos, hojas secas de hierbabuena que a pesar de los años, desprendían su fragancia a mañana fresca, un arete de oro en filigrana de donde pendía una gota de ámbar, un pañuelo blanco perfumado de sándalo que tenía bordada con hilos bermejos una grácil F, primera letra del nombre de mi abuela y, en el centro, la huella tenue de unos labios rosáceos de otro tiempo. En un lugar escondido del baúl, las cartas que una vez le escribió Ofelia, estaban cubiertas por un velo de polvo.
Ofelia vive en esas cartas. La voz callada de la escritura cursiva en el papel, es su aliento. Una letra alta, ancha, inclinada a la derecha, con curvas graciosas revelando en ella una necesidad de hacerse amar. En otras, la escritura desciende como si Ofelia guardara una antigua tristeza.
A las seis de la tarde mi abuela Fidelina, con la parsimonia de un fantasma triste, caminaba hasta su habitación y cerraba la puerta. Se tenía la certeza de que estaba despierta hasta altas horas de la noche por la luz nerviosa de la lámpara de petróleo que se filtraba por entre las hendijas.


Santa Cruz de Mompox, Bolívar
Domingo 10 de abril de 1949


Querida Fidelina:

Vuelvo a escribirte aun cuando no contesta mis cartas y pareces sumergirte en un mundo de ecos mudos. No te culpo, comprendo el temor que sientes de que nuestras familias se enteren de la existencia del verdadero lazo que nos une.
Creo que el hecho furtivo de escribirnos le concede cierto aire de encanto a esta amistad.
Sigamos así, encuentro en el papel el cómplice idóneo, el oráculo ideal para acercarme a ti.
He recordado la tarde de aquel 11 de mayo cuando nuestras miradas se encontraron por vez primera en la entrada a la iglesia de Santa Bárbara. Testigo fue el ancestral Río de La Magdalena. En el preciso instante de escuchar tu nombre, una extraña dulzura me subió por las venas, luego, en la misa, bajo el tibio aliento de la noche y el enajenante movimiento de los abanicos de techo, comprendí que tu nombre, desde aquel momento sería música para la antigua orilla de mis oídos.
Con amor,
Ofelia


Santa Cruz de Mompox, Bolívar
Viernes 15 de abril de 1949


Querida Fidelina:
Ayer mientras bordaba en un pañuelo de blancura nívea, con hilos bermejos, la primera letra de tu nombre, la voz imponente de mi padre me interrumpió para recordarme que Lucila, mi hermana menor, cumplía nueve meses y tres días de haber contraído matrimonio con el boticario Diógenes Hernández y estaba en las vísperas de darle la noticia a mi padre de que pronto sería abuelo. El silencio sentencioso de mi padre me reprochaba el hecho de no tener mi primer enamorado, si tan sólo mi padre pudiera ver a través de mis ojos ese otro río de amor oscuro que corre por mis venas, tal vez sus pupilas cegarían ante tan insondable desdicha.
Con amor,
Ofelia


Santa Cruz de Mompox, Bolívar
Lunes 30 de mayo de 1949


Querida Fidelina:
Ante el espejo con marcos de caoba de mi habitación me despojé del traje estampado con flores de naranjero y me vi desnuda. Sentí que mi piel se agrietaba ante la imposibilidad de recordar el suave roce de otra piel amada y en u n momento desesperado para no hallarme convertida en tronco seco sin hojas, despertó en mis dedos ciegos una sed de piel y con ellos succioné con leves movimientos la redondez de mis senos. Sentí muy dentro de mí que apagadas llamas hervían mi sangre, luego bajé el dedo índice de mi mano derecha por mi vientre que besaba un visible camino al tacto y me guiaba al encuentro de los húmedos labios de mi sexo sedientos de otra sed.
Ignoro cuántas horas estuve embriagada conmigo misma, al abrir mis ojos vi en ellos tu difusa silueta como un tibio amanecer.
Con amor,
Ofelia



Santa Cruz de Mompox, Bolívar
Viernes 25 de noviembre de 1949(*)

Querida Fidelina:
He sobrevivido a tantas horas de tribulaciones gracias al consuelo de lecturas en voz alta de poemas en madrugadas de nostalgia, llenas de cantos de gallos lejanos; en el sonido de las palabras encuentro a dios que me infunde coraje. De pronto me veo preparándome un jugo de níspero, de decirme en cada amanecer buenos días a mí misma en la soledad de mi espejo, de sentarme por las tardes en la mecedora en el zaguán, mirar el cielo e imaginarme que soy una de esas garzas blancas que surcan el horizonte sobre el río y van al encuentro con cielos vírgenes.
Esta mañana, Agustina, la cocinera de la casa, me ha leído el provenir en la taza de café; en el silencio de la cocina, frente al fogón de leña me dijo, atisbando en el asiento del pocillo, mi niña, tu taza es hermosa...aquí estás tú, señala emocionadacon su dedo índice izquierdo, otoñal y robusto el borde de la taza, hay un único amor en tu vida que no conocerá la muerte del olvido.
Después de escuchar a mi buena Agustina la historia que vio en una taza de café, me veo sudando una sincera voluntad por vivir.
Con amor,
Ofelia

Mi abuela Fidelina nunca habló de ella, pero los días en que vivió la sorprendí en eternos atardeceres acostada en la hamaca en el patio, acariciándose las manos como si tratar de recuperar la memoria de una caricia amada bajo la sombra de un naranjo, contemplando extasiada el vuelo migratorio de garzas en el horizonte crepuscular.
Quizás pensaba que una de esas aves era su amiga Ofelia.

(*) Carta ganadora en el Concurso Cartas de Amor, organizado por Comfenalco La Playa. Medellín, agosto, 2005.


Nota: Esta historia pertenece al primer libro de cuentos “Bajo el naranjo”, editado y publicado por la Fundación Arte & Ciencia con motivo de los 25 años de la publicación de El Pequeño Periódico, septiembre 2007.

miércoles, 23 de julio de 2008

De raíces fuertes y perennes


Mi abuelo sentado en el taburete

Se está apagando

Mira la estrella de las seis de la tarde

Ha creído siempre que
esa estrella
Le recordará el nombre y el rostro de ese
Amigo que
una vez amó bajo
el cielo de junio.

Mi abuelo morirá
en tres años
Silencioso, trémulo
Como un árbol
su secreto echará raíces en la tierra

Es junio. Y en junio
La raíz es ciega y fuerte.

domingo, 22 de junio de 2008

Agua de arroz o agua del consuelo



Ingredientes:
1 taza de arroz
3 tazas de agua
3 cucharadas de azúcar
1 astilla de canela

Preparación:
Atardece.
Olga está sentada ante la tumba de su hija.
Destapa un tetero y echa agua de arroz en la tumba.
Olga mira la tierra humedecida.
Mariana… otra vez, en la madrugada, he soñado contigo. Sueño que me ves llegar a la casa desde el umbral y empiezas a gatear hacia mis brazos. Veo que te acercas con una sonrisa de dos dientes, esa sonrisa que parece un sol.
Olga con las yemas de sus dedos acaricia la tierra.
Sueño también con tu llanto. Ese llanto tuyo que con escucharlo me deja una zozobra dentro de mí. Sueño que lloras desde lejos. Tu llanto me llama.
Olga aprieta en su puño la tierra.
…Te busco con desespero en la casa y no te hallo. Ese llanto tuyo suena con más fuerza como si me pidieras que te encontrara para estrecharte en mis brazos.
Mariana…Mariana…En las madrugadas despierto sin encontrarte, luego vuelvo a cerrar los ojos para soñar contigo, pero ya no recupero el sueño. Tu llanto se me queda como un eco en mi sangre.
Olga vuelve a echar agua de arroz en la tierra.
Ese llanto tuyo se parece tanto a esos llantos cuando tenías hambre. Sólo te calmabas cuando tomabas tu tetero con agua de arroz.
Silencio.
Después que sueño contigo pongo a hervir antes que los gallos canten tres tazas de agua. Le echo una astilla de canela para que tome sabor, luego la taza de arroz y dejo que hierva. Ese olor del agua cocinándose inunda la casa y me inunda de recuerdos el corazón. Vuelvo a verte con los ojitos cerrados como cuando te quedabas dormida en mis brazos. Vuelvo a tenerte mi niña, como si nunca te me hubieras ido. Escucho, otra vez tu llanto. Lloras de hambre. Te calmas cuando hueles el olor del agua de arroz cocinándose. Ahora, yo me calmo cuando huelo ese arroz, y me digo tu nombre una y otra vez. Tu papá cuando me ve licuando el arroz para luego endulzarlo con tres cucharadas de azúcar para echarlo en tu tetero, me dice que si sigo así me volveré loca, dice que no debería pensarte tanto, ni venir a visitarte todos los días, pero tu papá no comprende que en este lugar puedes sentirte sola y hasta llorar cuando no tomas tu tetero. Tu papá no comprende que preparo el agua de arroz para que el frío del olvido jamás te toque.

Olga con las yemas de sus dedos acaricia la tierra.
Noche


viernes, 9 de mayo de 2008


Sola, la garza

Vuela sobre las aguas

El río es testigo


Leonardo Jesús Muñoz Urueta

martes, 29 de abril de 2008

Jugo de mango


Para dos personas

Otra vez en esta hora de la tarde, en que estoy acostado en mi hamaca, llega el deseo, desde el profundo silencio del patio, llega en el aroma de mango maduro que trae la brisa.

“Me acuerdo de tí, amigo mío, la brisa que viene del patio huele a mango maduro y a tí”

Recuerdas aquel noviembre en la tarde, cuando viniste a buscarme para tirarle piedras a las ramas del mango. Después de un rato, nos cansábamos de tirar piedras. Luego tú te quitabas la camisa húmeda de sudor y te acostabas mirando al cielo. Yo te veía extendido ante mis pies. Esa tarde era del color de la carne del mango maduro. Me miraste a los ojos y con tu mano, lenta, acariciaste tu sexo, bajo tu pantalón manchado de mango.

Otra vez, en esta hora de la tarde llega el deseo que huele a mango maduro.

“Me miras, tú estás de pie, tus ojos me recorren el cuerpo, bajan por mi pecho desnudo, por el camino de vello incipiente que baja hasta mi ombligo y luego sigue…miras la lumbre de mi sexo bajo la pretina de mi pantalón, mírame, continua mirándome…”

Es la época en que las hojas del mango empiezan a caer, y yo aquí, acostado en la hamaca, las veo caer, a pesar de los años, todavía las veo caer, como esa tarde en noviembre.

Recuerdas…las hojas caen sobre tu pecho desnudo, luego te pones en pie. Calladamente. Me late el corazón. Temo que mi tía Francisca nos vea tan cerca uno del otro. ¿De donde viene ese susto sin nombre, de que mi tía nos vea?. Te acercas al tronco de mango y me miras. Tú no dices nada. Estás callado. Esperas que me acerque más a ti. Esperas que mi mano toque tu sexo. Sabes que lo haré. Sabes que será nuestro secreto. Sabes que mi tía Francisca está bordando en la sala. Sabes que con mis dedos, índice y corazón tocaré la mancha de mango maduro que está al lado de la lumbre de tu sexo.

Abriste el mango, quitándole la concha con tus dientes, la carne del mango maduro, era del color de esa tarde en el cielo, luego metiste trozos de mango en la jarra de barro, le echaste dos vasos de agua, tres cucharadas de azúcar y con un molinillo de madera, empezaste a batirlo. Lo hiciste callado.

Mi tía Francisca probó ese jugo, nos felicitó y mientras ella se tomaba el jugo, yo en silencio, en cada sorbo te deseaba.

No me dijiste nada. Yo tampoco dije nada. La tarde que se iba cambiaba el color a las hojas del mango y tú me miras, como ahora, que te veo a través de los años y los recuerdos como esa tarde lejana en noviembre con el deseo hecho lumbre bajo la pretina de tu pantalón.

Nota:

Esta historia pertenece a mi libro de cuentos sobre recetas de comidas. ¡Disfrutenlo!

La obra que aparece en este cuento es de la artista colombiana Lorena Trespalacios Janne.

lunes, 3 de marzo de 2008

Todas las orillas son un puerto


No importa a dónde te dirijas
No importa hacia qué lugar te lleve el viento
Déjate llevar de aquella voz
Que te ordena, te deja, te grita y te susurra

Escucha…

No importa a qué lugar te guíe la vida
No importa si los rostros que en el camino encuentres
Te sean desconocidos

Escucha…

Recuerda que todas las orillas son un puerto
Donde te espera
Un amigo que alguna vez olvidaste y que
Aún te guarda en su recuerdo.

Magangue, 13 de septiembre de 2001.


Para reconocerte...


Donde quiera que te encuentres
Enséñame una canción, un poema
O tan sólo una sonrisa
Para reconocerte el día en que llegues a mí.

Enséñame la música difusa de tus pasos
Que captan la lejana sonoridad del río
Y el crepitante galopar de caballos blancos sobre la mar.

Dime si tu piel huele a noche o a silencio
Enséñame algo de ti
Para reconocerte cuando llegues a mi alma.

Dame un a señal, una palabra
O el titulo de un libro

En las alas del viento envíame la flor de un beso
Para escanciar demente su místico sabor
Y descubrir si tiene olor a tierra extraña
O a la luna de noviembre

Quizás de esa manera pueda reconocerte

Mientras llega ese día
Te buscaré en la imagen del último crepúsculo
Hasta encontrar las luces de un nuevo amanecer

Magangue, 27 de mayo de 2002.


Sin hojas



Hoy me veo como un árbol escuálido
Sin hojas, sin frutos, sin nidos, sin recuerdos
Soy sólo un tronco desmedrado
Que proyecta sus ramas vacías al cielo.

Todo lo que era mío lo he perdido
Todo lo que poseía se fue lejos
Cada una de las hojas se fue despidiendo de mí
Y, condenado a verlas partir en mi silencio
No sé que fue más triste
Si la separación de estas hojas que amaba
O el ver su desvanecimiento en el lejano horizonte.

Todo lo fui perdiendo lentamente
Y al final de la jornada
Descubrí la intensa soledad
Mientras en mi cuerpo quedaban las marcas
Que tatuaban el alma.
Aún subsisten ramas tristes y exhaustas
Que se olvidaron de vivir.

Con el transcurso del tiempo lo he perdido todo
Y mientras éste con el viento pasa
Seguiré silencioso, alimentándome
De tenues puestas de sol y amaneceres
Hasta el día
En que una suave brisa
Doblegue el último suspiro de mi vida.

Magangue, 28 de septiembre de 2001.

sábado, 23 de febrero de 2008

Con el olor de las carimañolas de queso


Ingredientes:
1 libra de yuca ribereña
Media taza de queso costeño rallado
3 cucharadas de fécula de maíz
Sal al gusto
2 cucharadas de aceite de oliva

Preparación:

Dile a tu hermano Guillermo que en las madrugadas no olvide echarle agua a mis plantas. Dile también que les hable, que a ellas les gusta cuando les cantan y les hablan. Dale a probar de estas carimañolas y se acordará de mí…

Ay mijo, me alegra verte preparando estas carimañolas. En la mañana cuando estuviste en el mercado comprando la yuca en la tienda del señor Mañe, sé que preguntó por mí, cuando lo vuelvas a ver dale mis saludos, dile que lo recuerdo…

Después de que hayas cocido la yuca, con una pizca de sal para darle sabor, ponla a reposar y luego la mueles…

Despacio Roberto, es preciso que muelas la yuca despacio, no aprietes tanto el molino, la masa de la yuca no debe ser muy blanda. ¿Te acuerdas cuando de niño me ayudabas a moler la yuca en la madrugada? Te levantabas sin necesidad de que yo te despertara. Roberto, no muelas tan rápido. Uno aprende con el paso de los días y los años, que hay cosas que requieren paciencia. Así como quieres moler la yuca, así querías vivir, todo arrebatado. Así no es la vida, Roberto…

Te acuerdas de Lucila cuando me decía: ten cuidado con tu nieto, se está juntando con malas compañías. Dime, ¿qué podía hacer yo? Muchos me decían que te estaba malacostumbrando. Ni Lucila ni nadie sabían que tu madre te había dejado en una hamaca con cuarenta días de nacido. Te dejó el mismo día que peleó con tu papá y se fue para no volver. Ahora él vive en la ciudad con otra mujer, rebuscándose la vida, no sabe de tus noches de fiebres o de las veces que te he llevado de urgencias al hospital. Cuando tu profesora me ponía quejas de ti, y yo te amenazaba con amarrarte toda la noche en el palo de coco, ni así me hacías caso. Yo te comprendía. Para ti tampoco era fácil la vida…

Sí, al amasar la yuca molida le echas tres cucharadas de fécula de maíz para que la masa tenga consistencia. ¿Recuerdas que la única manera de convencerte, para que te quedaras en casa haciendo las planas que te había dejado la seño Denis, era prometiéndote unas carimañolas rellenas de puro queso?...

Con los dedos untados de aceite tomas un puñado de yuca molida y la amasas en forma de bola, haces un hueco en el centro con el dedo pulgar, lo rellenas con queso rallado y sigues dándole forma…

¿Te acuerdas Roberto, aquella mañana cuando me dijeron que tu nombre estaba escrito en la lista negra de Los goleros, esos que decían hacer limpieza de la basura humana y que te daban cuarenta y ocho horas para que te fueras del pueblo porque vendías y consumías marihuana? Esa mañana lloré tanto y me arrodillé ante el palo de coco pidiéndole a la virgencita de La candelaria que me ayudara a guiarte por el buen camino. Esa mañana todas las carimañolas se agriaron…

Donde me encuentro, todavía me llega el olor de las carimañolas cuando se están friendo en el aceite hirviente y de pronto pienso que valieron mis carimañolas junto con mis rezos para que entendieras que la vida es sólo una…

Roberto, no olvides decirle a tu hermano Guillermo que le eche agua a mis plantas, dile también que les hable, que a ellas les gusta cuando les cantan y les hablan. Dale a probar una de estas carimañolas de queso, doradas, acabadas de freír, con el olor de las carimañolas me recordará.

Nota: Esta historia pertenece al libro de cuentos sobre recetas de comidas que estoy escribiendo. “Con el olor de las carimañolas de queso” fue premiado en el Concurso de Cuento “Los sueños de Luciano Pulgar”, en la Biblioteca Municipal de Bello, Noviembre 8 de 2007.

jueves, 21 de febrero de 2008

Bajo el naranjo.




A lo lejos se oye cantar un gallo crepuscular. Bajo el naranjo, Griselmina, con un palo de escoba en la mano mira una naranja madura en una rama del árbol. Un rumor de viento estremece las hojas secas en el suelo.


En la misa de mediodía del domingo me encontré con el compadre José Irene, ¿te acuerdas de él?, me contó que a su hijo Nicolás hacía dos años se lo habían llevado a la plaza, su nombre también estaba escrito en la lista negra de Los goleros. Mataron al hijo. Le cortaron la cabeza como a los otros. Tres días después encontraron el desolado cuerpo sin la cabeza, reconocieron al difunto por la ropa.

Griselmina se persigna.


Nicolás, que en paz descanse, llevaba puesto un cinturón de cuero con una hebilla de plata en forma de ancla. Le dieron santa sepultura en el cementerio del pueblo El Salado, pero ni ahí descansó el difunto. Me cuenta mi compadre que Los goleros profanaron la tumba y se llevaron el cuerpo, al lado de la tumba vacía, dejaron el pantalón desteñido con el cinturón del ancla, pobre de mi compadre José Irene, no le dejaron siquiera el recuerdo de su hijo, por lo menos para que él se consolara llevandole siemprevivas al cementerio en las tardes tristes del domingo.


Griselmina sigue mirando la naranja.

Ahora que recuerdo, a mi compadre lo vi más demacrado, más enjuto, como si todos los mosquitos se hubiesen bebido su sangre y lo único que le dejasen fuese su tristeza.Él me dice que lloró para que no se llevaran a su hijo, a Dios gracias que doña Susana, la madre de Nicolás, había fallecido un año antes y no vivió para sentir un dolor más grande que la muerte: la separación de un hijo. Mi compadre pidió con lágrimas que se lo llevaran a él a cambio de su hijo,pero Los goleros saben que una empieza a podrirse cuando el hijo, carne de nuestra carne, cruza el umbral de la puerta para no volver más.


Silencio.

En la misa me encontré con Lucila, preguntó por ti, despùés de tanto tiempo, se acuerdan de ti, Diógenes.


Lucila me contó que el corazón se le quería salir, cuando en las horas de la noche olía en la oscuridad el olor a cobre de Los goleros.


Lucila me contó que una noche Los goleros entraron a su casa, golperon a su marido y bajo la amenaza de las armas, lo obligaron a que sacrificara las gallinas, degollara tres carneros y a ella la pusieron a cocinar sin descanso en el fogón de leña, no les bastó con comerse la cosecha de yuca, el ñame, llevarse el suero y el queso, sino que violaron a Margot, a la niña, fue ahí cuando Rafael se hizo matar de un machetazo en la nuca.


¡Ay Diógenes, cómo duele tanto dale y dale a la vida, cuando la carne ya no puede con ella!


Griselmina con las yemas de los dedos acaricia el tronco del naranjo.


"Pidamos a Dios por el ánima de nuestros familiares muertos", fueron las últimas palabras del cura, esas palabras están como un eco en mi cabeza.


¡Ay Diógenes!



Griselmina deja caer la escoba. A paso lento, como si le pesaran las chanclas con polvo, se recoge la falda mustia, se la acomoda entre las piernas y se sienta en un madero de cedro en el patio, al lado del naranjo.


Griselmina mira dos naranjas verdes y una madura entre las ramas.


¡Ay Enith, Raúl y Diógenes!Mi compadre me dice que abandone esta casa, donde las arañas tejen un manto níveo en los techos, donde la desazón anida en todo rincón, donde los días enteros son grises.


" Vayase comadre, antes que Los goleros vengan otra vez", me dice mi compadre, pero a ellos ya no les tengo miedo, mi único miedo es podrirme lejos de ustedes. Si me voy ¿Quién les dará a beber agua en las madrugadas? ¿Quién les cantará para que no se sientan tan solos como yo?¿Quién les dirá buenas noches después que los gallos dejen de cantar?


Griselmina se mira la línea profunda del corazón en su palma derecha, mira el tronco del naranjo y baja su mirada hasta las raices salientes en la tierra.


Una es del lugar en donde tiene a sus muertos enterrados.


A lo lejos se oye cantar un gallo crepuscular.


Silencio.


Nota:

Este cuento pertenece a la colección de mi primer libro de cuentos" Bajo el naranjo", editado y publicado por la Fundación Arte & Ciencia, con motivo de los 25 años de vida de El Pequeño Periódico, en septiembre del 2007.