miércoles, 30 de julio de 2008

Las cartas de Ofelia


En esas horas de soledad cuando se lee un escrito, uno tiene la certeza de uqe toca a una persona.
Yo he tocado a Ofelia, he podido oler el azahar de sus manos.
He sabido de su secreta satisfacción de coleccionar nidos de orugas, semillas secas de naranjas, plumas irisadas de loros, de ver, al atardecer, acostada en una hamaca bajo la sombra de un naranjo, garzas blancas migratorias sobre el Río Grande de La Magdalena.
He conocido a Ofelia, aun sin verle, en unas cartas amarilleadas por el tiempo, escritas con tinta carmesí, que descubrí en un baúl de cedro donde mi abuela Fidelina Acosta viuda de Bustamante guardaba con recelo de sus hijos, hojas secas de hierbabuena que a pesar de los años, desprendían su fragancia a mañana fresca, un arete de oro en filigrana de donde pendía una gota de ámbar, un pañuelo blanco perfumado de sándalo que tenía bordada con hilos bermejos una grácil F, primera letra del nombre de mi abuela y, en el centro, la huella tenue de unos labios rosáceos de otro tiempo. En un lugar escondido del baúl, las cartas que una vez le escribió Ofelia, estaban cubiertas por un velo de polvo.
Ofelia vive en esas cartas. La voz callada de la escritura cursiva en el papel, es su aliento. Una letra alta, ancha, inclinada a la derecha, con curvas graciosas revelando en ella una necesidad de hacerse amar. En otras, la escritura desciende como si Ofelia guardara una antigua tristeza.
A las seis de la tarde mi abuela Fidelina, con la parsimonia de un fantasma triste, caminaba hasta su habitación y cerraba la puerta. Se tenía la certeza de que estaba despierta hasta altas horas de la noche por la luz nerviosa de la lámpara de petróleo que se filtraba por entre las hendijas.


Santa Cruz de Mompox, Bolívar
Domingo 10 de abril de 1949


Querida Fidelina:

Vuelvo a escribirte aun cuando no contesta mis cartas y pareces sumergirte en un mundo de ecos mudos. No te culpo, comprendo el temor que sientes de que nuestras familias se enteren de la existencia del verdadero lazo que nos une.
Creo que el hecho furtivo de escribirnos le concede cierto aire de encanto a esta amistad.
Sigamos así, encuentro en el papel el cómplice idóneo, el oráculo ideal para acercarme a ti.
He recordado la tarde de aquel 11 de mayo cuando nuestras miradas se encontraron por vez primera en la entrada a la iglesia de Santa Bárbara. Testigo fue el ancestral Río de La Magdalena. En el preciso instante de escuchar tu nombre, una extraña dulzura me subió por las venas, luego, en la misa, bajo el tibio aliento de la noche y el enajenante movimiento de los abanicos de techo, comprendí que tu nombre, desde aquel momento sería música para la antigua orilla de mis oídos.
Con amor,
Ofelia


Santa Cruz de Mompox, Bolívar
Viernes 15 de abril de 1949


Querida Fidelina:
Ayer mientras bordaba en un pañuelo de blancura nívea, con hilos bermejos, la primera letra de tu nombre, la voz imponente de mi padre me interrumpió para recordarme que Lucila, mi hermana menor, cumplía nueve meses y tres días de haber contraído matrimonio con el boticario Diógenes Hernández y estaba en las vísperas de darle la noticia a mi padre de que pronto sería abuelo. El silencio sentencioso de mi padre me reprochaba el hecho de no tener mi primer enamorado, si tan sólo mi padre pudiera ver a través de mis ojos ese otro río de amor oscuro que corre por mis venas, tal vez sus pupilas cegarían ante tan insondable desdicha.
Con amor,
Ofelia


Santa Cruz de Mompox, Bolívar
Lunes 30 de mayo de 1949


Querida Fidelina:
Ante el espejo con marcos de caoba de mi habitación me despojé del traje estampado con flores de naranjero y me vi desnuda. Sentí que mi piel se agrietaba ante la imposibilidad de recordar el suave roce de otra piel amada y en u n momento desesperado para no hallarme convertida en tronco seco sin hojas, despertó en mis dedos ciegos una sed de piel y con ellos succioné con leves movimientos la redondez de mis senos. Sentí muy dentro de mí que apagadas llamas hervían mi sangre, luego bajé el dedo índice de mi mano derecha por mi vientre que besaba un visible camino al tacto y me guiaba al encuentro de los húmedos labios de mi sexo sedientos de otra sed.
Ignoro cuántas horas estuve embriagada conmigo misma, al abrir mis ojos vi en ellos tu difusa silueta como un tibio amanecer.
Con amor,
Ofelia



Santa Cruz de Mompox, Bolívar
Viernes 25 de noviembre de 1949(*)

Querida Fidelina:
He sobrevivido a tantas horas de tribulaciones gracias al consuelo de lecturas en voz alta de poemas en madrugadas de nostalgia, llenas de cantos de gallos lejanos; en el sonido de las palabras encuentro a dios que me infunde coraje. De pronto me veo preparándome un jugo de níspero, de decirme en cada amanecer buenos días a mí misma en la soledad de mi espejo, de sentarme por las tardes en la mecedora en el zaguán, mirar el cielo e imaginarme que soy una de esas garzas blancas que surcan el horizonte sobre el río y van al encuentro con cielos vírgenes.
Esta mañana, Agustina, la cocinera de la casa, me ha leído el provenir en la taza de café; en el silencio de la cocina, frente al fogón de leña me dijo, atisbando en el asiento del pocillo, mi niña, tu taza es hermosa...aquí estás tú, señala emocionadacon su dedo índice izquierdo, otoñal y robusto el borde de la taza, hay un único amor en tu vida que no conocerá la muerte del olvido.
Después de escuchar a mi buena Agustina la historia que vio en una taza de café, me veo sudando una sincera voluntad por vivir.
Con amor,
Ofelia

Mi abuela Fidelina nunca habló de ella, pero los días en que vivió la sorprendí en eternos atardeceres acostada en la hamaca en el patio, acariciándose las manos como si tratar de recuperar la memoria de una caricia amada bajo la sombra de un naranjo, contemplando extasiada el vuelo migratorio de garzas en el horizonte crepuscular.
Quizás pensaba que una de esas aves era su amiga Ofelia.

(*) Carta ganadora en el Concurso Cartas de Amor, organizado por Comfenalco La Playa. Medellín, agosto, 2005.


Nota: Esta historia pertenece al primer libro de cuentos “Bajo el naranjo”, editado y publicado por la Fundación Arte & Ciencia con motivo de los 25 años de la publicación de El Pequeño Periódico, septiembre 2007.

miércoles, 23 de julio de 2008

De raíces fuertes y perennes


Mi abuelo sentado en el taburete

Se está apagando

Mira la estrella de las seis de la tarde

Ha creído siempre que
esa estrella
Le recordará el nombre y el rostro de ese
Amigo que
una vez amó bajo
el cielo de junio.

Mi abuelo morirá
en tres años
Silencioso, trémulo
Como un árbol
su secreto echará raíces en la tierra

Es junio. Y en junio
La raíz es ciega y fuerte.