martes, 29 de abril de 2008

Jugo de mango


Para dos personas

Otra vez en esta hora de la tarde, en que estoy acostado en mi hamaca, llega el deseo, desde el profundo silencio del patio, llega en el aroma de mango maduro que trae la brisa.

“Me acuerdo de tí, amigo mío, la brisa que viene del patio huele a mango maduro y a tí”

Recuerdas aquel noviembre en la tarde, cuando viniste a buscarme para tirarle piedras a las ramas del mango. Después de un rato, nos cansábamos de tirar piedras. Luego tú te quitabas la camisa húmeda de sudor y te acostabas mirando al cielo. Yo te veía extendido ante mis pies. Esa tarde era del color de la carne del mango maduro. Me miraste a los ojos y con tu mano, lenta, acariciaste tu sexo, bajo tu pantalón manchado de mango.

Otra vez, en esta hora de la tarde llega el deseo que huele a mango maduro.

“Me miras, tú estás de pie, tus ojos me recorren el cuerpo, bajan por mi pecho desnudo, por el camino de vello incipiente que baja hasta mi ombligo y luego sigue…miras la lumbre de mi sexo bajo la pretina de mi pantalón, mírame, continua mirándome…”

Es la época en que las hojas del mango empiezan a caer, y yo aquí, acostado en la hamaca, las veo caer, a pesar de los años, todavía las veo caer, como esa tarde en noviembre.

Recuerdas…las hojas caen sobre tu pecho desnudo, luego te pones en pie. Calladamente. Me late el corazón. Temo que mi tía Francisca nos vea tan cerca uno del otro. ¿De donde viene ese susto sin nombre, de que mi tía nos vea?. Te acercas al tronco de mango y me miras. Tú no dices nada. Estás callado. Esperas que me acerque más a ti. Esperas que mi mano toque tu sexo. Sabes que lo haré. Sabes que será nuestro secreto. Sabes que mi tía Francisca está bordando en la sala. Sabes que con mis dedos, índice y corazón tocaré la mancha de mango maduro que está al lado de la lumbre de tu sexo.

Abriste el mango, quitándole la concha con tus dientes, la carne del mango maduro, era del color de esa tarde en el cielo, luego metiste trozos de mango en la jarra de barro, le echaste dos vasos de agua, tres cucharadas de azúcar y con un molinillo de madera, empezaste a batirlo. Lo hiciste callado.

Mi tía Francisca probó ese jugo, nos felicitó y mientras ella se tomaba el jugo, yo en silencio, en cada sorbo te deseaba.

No me dijiste nada. Yo tampoco dije nada. La tarde que se iba cambiaba el color a las hojas del mango y tú me miras, como ahora, que te veo a través de los años y los recuerdos como esa tarde lejana en noviembre con el deseo hecho lumbre bajo la pretina de tu pantalón.

Nota:

Esta historia pertenece a mi libro de cuentos sobre recetas de comidas. ¡Disfrutenlo!

La obra que aparece en este cuento es de la artista colombiana Lorena Trespalacios Janne.