martes, 20 de enero de 2009

Dulce de plátano maduro


A mi Abuela Micaela.


Ingredientes:
7 Plátanos maduros de concha oscura
1 taza de agua
3 Clavos de olor
1 Panela

Preparación:

Cada vez que Micaela Rico sentía las ganas de probar el dulce de plátano maduro, madrugaba a la plaza de mercado para escoger según sus criterios culinarios los plátanos ideales para el dulce. Con su mandato matriarcal cogía los plátanos en la palma de su mano, con las yemas de sus dedos los apretaba, se los acercaba a la nariz y luego iba echando en el canasto los elegidos.
Micaela sabía en su soledad que ésa era su manera de consolarse, de recordar a Justiniano Muñoz en las tardes de estíos ya sin él.
Micaela Rico pelaba los plátanos de su antigua concha, en el silencio de la cocina inhalaba el aroma del plátano maduro que se abría como la flor ambarina de un sexo dormido por siglos a la espera de ser despertados por los dedos desnudos de Micaela y desde la niebla en su memoria recordaba el día en que vio por ultima vez con vida a Justiniano Muñoz. Él llegó a la casa con su sombrero vueltiao.
Micaela Rico lo vio a través del humo ceniciento de los recuerdos, de pie en el umbral, con su camisa de líneas azules, el pantalón de lino color de arena mojada arremangado y sus milenarias abarcas.
–– Buenos días, Micaela.
–– Buenos días, Justo.
Micaela Rico en una taza de totumo le ofrecía café sin preguntarle.
­­­­–– Micaela, hoy no me esperes para almorzar, voy a comer mote de bagre donde Rosa.
­­­­–– Ah… bueno –contestaba Micaela reprimiendo en un hilo de voz el incipiente enojo y decía ––aquí vamos almorzar sopa de coroncoro–– sabía que ésa era la sopa predilecta de Justiniano y luego como para tener la certeza de su triunfo decía con voz clara y alta: …y dulce de plátano maduro.
Micaela había conocido a Justiniano con otras dos mujeres, Inés y Rosa, la ultima esposa por la iglesia, cada una vivía en casas distintas, se insultaban en sus encuentros diarios, en las compras dominicales en la plaza de mercado, en el parque, en la albarrada, en la misa de seis de la mañana, no obstante compartían sin recelos el mismo hombre.
Micaela siempre ganaba, Justiniano almorzaba dos veces en el día solo para probar el dulce de plátano maduro; ese día aciago no le dio tiempo para almorzar donde Micaela ni probar el dulce.

En una olla de cobre sobre un fogón de carbón se pone a diluir la panela con una taza de agua, a fuego lento. Aparte, los plátanos se empiezan a moler, que salga una masa ni tan blanda, ni tan dura, decía Micaela en voz alta cuando alguien le preguntaba sobre el secreto del dulce

Toda la casa a mediodía olía a dulce de plátano maduro cocinándose, la radio estaba en alto volumen, sonaba un vallenato añejo que contaba la historia de un toro enamorado de la luna, cuando el compadre José Emiliano llegó sudando a la puerta de la casa. “comadre… bájele a la radio, Justo se nos está muriendo…”.

Cuando se tiene la masa de plátano maduro se echa en la olla, se le espolvorea al azar los tres clavos de olor, con una cuchara de palo se revuelve hasta que el dulce tome el punto.

¿Qué iba a ser de mis hijos sin un padre? ¿Que iba a ser de la criatura que llevaba desde hacia tres meses en mis entrañas? – me dijeron después que a las doce en punto del día en la orilla del río, Justo estaba supervisando la descarga de bultos de arroz desde la chalupa, para apresurar la carga se echó un bulto en sus espaldas, dicen que tuvo un derrame interno o un paro cardiaco – El medico Blanco le había recomendado reposo- pero Justo solía responder con gracia “Que la muerte me coja trabajando”, así fue, Justiniano bajo el sol de medio día en la albarrada se puso pálido, se orinó en los pantalones y se desplomó. En la albarrada le prendieron los abanicos y le desabotonaron la camisa.

Se sirve el dulce caliente si se quiere en hojas de plátano cortadas en forma de cuadros.

Al otro día de la muerte de Justo, me despojé de todo orgullo y fui a la casa de Rosa, la esposa, en donde lo velaban; ahí estaba en su ataúd de caoba en el centro de la sala, con un cirio encendido en cada esquina del féretro, alrededor estaban sentados los empleados del sindicato de braceros. Cuando entré a esa casa, sentía que me reprochaban mi presencia, todavía hoy ignoro si fue por respeto al difunto o porque esa mujer Rosa, también lo amaba que comprendía mi dolor, que me dejó pasar con mis hijos para que se despidieran de él.
En la casa también le hice su altar con sábanas blancas y una mesa cubierta con un mantel blanco crema, encima le puse un florero de porcelana con flores de siempre vivas, un vaso de agua, un velón y por supuesto un poco de dulce de plátano maduro en una hoja de plátano.
Todavía hoy, treinta y nueve años después, ­la misma edad de mi hija Lisbeth­­, sigo soñando con Justo, en los sueños él sigue igual como la última vez que lo vi, yo estoy encinta, él llega a la puerta de la casa y yo ni siquiera lo saludo, le extiendo la mano y le digo “Justo, no tengo dinero para comprar los plátanos maduros”, él saca unos billetes del bolsillo de su pantalón, me toma la mano derecha, me pone los billetes en la palma y me la cierra. En la madrugada despierto con la sensación de que Justo me ha dado dinero pero me encuentro con mis manos vacías.
Ahora en las tardes otoñales, después que los años nos enseñan a perdonar y recuperar el tiempo perdido, Inés y Rosa, las otras dos mujeres de Justo vienen a mi casa, comemos dulce de plátano maduro en los veranos ardientes bajo la la mansedumbre sombreada de las hojas de los almendros en el zaguán. Sentadas en mecedoras de mimbre nos acompañamos en los achaques de una vejez inevitable ya sin él.
Nota: Esta historia pertenece al libro de cuentos “Bajo el naranjo” editado por la Fundación Arte & Ciencia en el año 2007, en la celebración de los 25 años de El Pequeño Periódico.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ESTA EXCELENTE TU RECETA PERO DEBERIAS COLOCARLE UNA FOTO DEL DULCE PARA Q NOS ABRA EL APETITO.....