martes, 19 de mayo de 2009

Mariana


Los ojos se le aguaron de la dicha, cuando vio las diminutas hojas verdes de una semilla que había sembrado en su matera de arcilla hacía dos semanas atrás en luna menguante de abril.
Recordó que la había sembrado acomodando la tierra oscura como una cuna espolvoreándola con las cenizas y susurrando el nombre de su niña Mariana.
Por eso el pecho se le hinchó de alegría con las pequeñas hojas y los ojos se le aguaron lo mismo como la vez primera que vio a su niña en sus brazos hacia dos años.


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